Vida y obra de David Lynch

Una nota de Micaela Maldonando

Sueño camina contido, Davyd Lynch: Una nota de Micaela Maldonado que repasa vida y obra del cineasta estadounidense.

El 17 de enero redes sociales y plataformas se inundaron con la triste noticia del fallecimiento de David Lynch. Dos días antes, el artista había dejado este plano para siempre.

Para empezar a hablar de la vida y obra de Davyd Lynch es importante la siguiente frase: “It’s a beautiful day with golden sunshine and blue skies all the way”

Así concluía el comunicado de su familia, recordándonos la belleza del cielo y dejando entrever una profunda ternura que suaviza la dolorosa partida de un gran artista y ser humano. Como la capacidad para ver “la dona y no el agujero” -la enseñanza que el mismo Lynch cultivó a lo largo de su vida- revela también la faceta más espiritual de lo lyncheano.

Estas semanas, lo “lyncheano” fue revisitado una y otra vez. Repasamos una a una toda su filmografía a través de ‘frames’ de sus escenas más icónicas, nos asomamos a la extrañeza de sus obras plásticas, a la música que envolvía todo ello. Lynch tejía retazos del mundo del que pescó una a una sus ideas, y de su universo personal. Un universo que germinó a partir de una curiosidad insondable por comprender este espacio físico, el espiritual y su sagrada comunión.

Lyncheano ya es más que un adjetivo:

Es un género, una estética, una forma de percibirel universo que nos rodea. El diccionario de Oxford define por lyncheano: “Característico, reminiscente o imitativo de las obras de David Lynch. Lynch es reconocido por yuxtaponer elementos surrealistas o siniestros con ambientes mundanos y cotidianos, y por usar imágenes visuales irresistibles para enfatizar el misterio o la amenaza desde el ensueño”. En una entrevista del año 2013 que el cineasta dió en España, al interrogarlo acerca de cómo podía describir él mismo lo lyncheano, el cineasta se negó a responder, entre risas.

La tarde del 16 de enero, camino de vuelta a casa, observé chimeneas humeantes bajo un atardecer marmolado en rosa,. El último rayo se refleja sobre el metal y las altísimas paredes blancas. Un obrero espera el colectivo sentado en el cordón de la vereda junto a un hombre de traje y corbata; nunca se miran, aunque vienen del mismo lugar. Después de un día de calor, el viento comienza a correr. Cerramos los ojos al mismo tiempo. Así como el horror absoluto supo convertirse en dantesco, si afilamos la mirada, la ciudad – y tantas cosas pasando desapercibidas- pueden revelarse lyncheanas.

Inicios

Para continuar analizando la vida y obra de David Lynch, es importante saber que nació el 20 de enero de 1946 en la ciudad de Missoula, Montana. Debido al trabajo de su padre como científico para el Departamento de Agricultura, la familia se mudaba con frecuencia, y así el pequeño Lynch vivió una infancia itinerante nutrida de diversos paisajes y contrastes estadounidenses que influiría más tarde en toda su obra. Sus padres supieron alimentar su inagotable curiosidad y creatividad poniendo énfasis en la libertad creativa.

Lynch relató, en diversas oportunidades y con desbordante ternura, que su madre evitaba darle cuadernos con dibujos para colorear, pues no quería limitar su imaginación sino propiciar la creación. Así comenzó a dibujar y nunca dejó de hacerlo, mucho menos luego de enterarse por un amigo que ser pintor (y no simplemente de casas) podía ser un oficio con el que llevar adelante una vida. El nacimiento de sus primeros cortos respondió a la necesidad de poner en movimiento sus pinturas y explorar su potencial incorporando todas las artes. El cine era el lugar donde confluían sus obras, fotografías, música, danza, literatura y esculturas.

El cine lo podía todo, y Lynch, con su ojo afilado supo convertirlo en un espacio donde fundir lo cotidiano, los sueños, lo ominoso, la ternura, un larguísimo despliegue de contrastes, y sin explicar nada.

En 1967

Se casó con Peggy Reavey, pintora y artista plástica, a la que conoció en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Juntos tuvieron a su hija Jennifer Lynch, actual directora de cine y guionista, quien fue influencia fundamental para el primer largometraje del director: Eraserhead (1977). Esta película le abriría horizontes inesperados logrando más galardones post-cortometrajes y atrayendo la atención de un público que encontró en su cine lo que no había en ningún otro.

Lynch desplegó una filmografía no muy numerosa pero sí muy potente y significativa, y quienes trabajaron con él forjaron amistades insondables. Su excentricidad creativa era solo una faceta de un artista con sentido del humor, vanguardista sentido visual y gran sensibilidad para observar un mundo que cada vez dedica menos tiempo a la belleza.

Dennis Hopper, quien encarnó el memorable y paranoico Frank Booth en Blue Velvet (1986), describió a David en una entrevista como un “boy-scout”, ya que no tomaba drogas, meditaba e incluso era incapaz de reproducir una “mala palabra” soltada durante el set. Al actor, quien ya cargaba un largo prontuario de descontrol y adicciones, le asombraba cómo surgían de su mente las escenas más oscuras y descabelladas, siendo él una personalidad tan apacible.

El cine de Lynch refleja precisamente ello, nos habla de dualidades, de doppelgängers, de los múltiples contrastes entre las ciudades y la gente de su amado Estados Unidos, junto a la riqueza de ideas que ello encierra. Para muchos, su obra porta una oscuridad enigmática y arrolladora; para otros, vislumbra una devoción por la belleza, la ternura y el humor de lo simple.

Vida y obra de David Lynch: Lo lyncheano

Enigmáticas dentaduras, orejas regadas en el pasto, enanos bailarines, cantantes traídas de sueños, juventud y belleza envueltas en bolsas plásticas. Bebés mutantes, peinados de lo más eclécticos, las canciones más hermosas del mundo, romance apasionado. Hadas madrinas, hasta una taza de café. Más que todo esto es el cine de Lynch, un devoto de la creación artística que supo fragmentar el tiempo para desatar y confluir lo extraño y ominoso con lo más apreciado por él, las ideas que brotan como peces dorados.

Entretejió atmósferas que supieron sostener todo ese rompecabezas onírico al que hoy sabemos lyncheano. Tradujo a través de la imagen sensaciones físicas antes imposibles de reproducir, su sentido visual nos abraza como espíritu del bosque al pie de una cama. Su cine puede sostenerlo todo y nos encuentra a sus amantes en este punto uniendo grietas que nos invitan a expandir nuestros mundos, sin precisar una explicación racional. Nos reconocemos a nosotros mismos en la contradicción y abrazamos una buena película a través de las sensaciones o ideas nuevas que evoca.

Aunque Lynch ya no estará reportando nuevos climas ni avistará el mundo desde su icónico escritorio de Los Ángeles, con su sensibilidad incontenible, su legado continuará contagiando generaciones. El cineasta ha trascendido a la insignia de lo eterno, concluyendo su labor espiritual, pero su tesoro vivirá en cada uno de nosotros hasta que el meteorito nos alcance. Gracias David Lynch, que el fuego camine contigo.

Para conocer más sobre la autora:

Micaela Maldonado tiene 26 años. Estudia el Profesorado de Lengua y Literatura. Es su propio jefe en Tienda Urpila donde fabrica los más maravillosos cuadernos y anotadores. Le gusta el arte. El arte en General. Todo tipo de arte.

Poesía, cine y actualidad.

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