Poemas de Stefano Branca

Stefano Branca

Poemas de Stefano Branca

Breves comentarios biográficos

Antes de compartir algunos poemas de Stefano Branca, haremos un breve recorrido por algunos aspectos de su biografía. En primera instancia, contarles que el autor nació en Provincia de Buenos Aires en el año 2022. Actualmente, estudia Bibliotecología en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Esta actividad aparece en su vida luego de haber ejercido como trabajador de bibliotecas populares.

Coordina el ciclo de entrevistas “Voces Independientes” como proyecto de investigación, además, nuestro autor se propone ahondar en todo lo que pueda sobre editoriales independientes argentinas. Su primer libro, Este lugar era un cuerpo, se publicará en 2025.

Entrevista Rusa

Nos permitimos dialogar brevemente con Stefano Branca, un poeta joven que construye un lenguaje propio en la poesía, alejado de los ruidos y las turbulencias actuales. El autor nos contó cómo fueron sus primeros acercamientos a la literatura: Empecé a escribir por las lecturas con mi abuelo Mario, un inmigrante italiano que había trabajado toda su vida en la fábrica de enfrente de mi casa. Él me leía en voz alta —a veces diarios viejos, a veces fragmentos de libros que encontraba por ahí— y me enseñó a escuchar cierta música en las palabras más allá de su sentido inmediato. La fábrica, con su ruido constante, era el telón de fondo de esas tardes.

Por otro lado, agregó en relación a su concepción poética: Para mí la poesía es un género literario, sí, pero uno que no se queda quieto: es el género que más se arriesga a perder las formas, a contaminarse con la música, con el cuerpo, con la respiración. Es un espacio donde la lengua se abre al exceso, al deseo, al recuerdo. Me interesa la poesía como un género que no busca representar la realidad tal cual es, sino distorsionarla, hacerla delirar hasta que aparezca algo oculto, un destello que en la prosa pasaría inadvertido.

Y, finalmente, le preguntamos sobre su proceso de escritura. A lo cual respondió con detalle: Escribo desde los recuerdos, pero no para narrarlos tal cual fueron, sino para torcerlos, deformarlos, hacerlos vibrar. Me interesa, como a Marosa di Giorgio, la manera de transformar lo mínimo en un paisaje extraño, sensual y desbordado: ella convierte una frase cotidiana, un gesto o un objeto en un universo entero. Tomo una imagen de infancia o un gesto del pasado y la estiro, la tenso, la hago explotar en otra cosa, hasta que se vuelve poema, con sus cuerpos, sus ritmos y sus exageraciones propias.

Con ustedes, los poemas de Stefano Branca

Ojo de bife

Estaba el ojo de bife.
Solo, redondo, palpitando.
En el plato blanco —un altar de lo liso—
y parecía que me llamaba.

Era un fruto de carne,
y en la corteza ardía un dorado breve,
una corona de grasa translúcida.
Pero en el centro, oh, en el centro,
la mancha roja,
el coágulo dulce,
la carne húmeda, abierta como un astro herido.

Me incliné.
Y el ojo me miró.
No era un corte:
era un corazón vegetal,
un nido de pétalos y tendones.
Lo rodeaban hilos dorados,
larvas de luz que reptaban como plegarias tibias.

A cada latido mío,
parecía respirar.
Y un perfume subía,
mezcla de jardín en la siesta y sangre de animal joven,
un olor que partía el aire
como un cuchillo de verano.

El mundo se achicó:
solo quedaban la mesa,
el plato,
y esa carne que soñaba.
Tomé el cuchillo.
Corté.
La tibieza se abrió como un grito,
y lo llevé a la boca.

Allí,
todo era noche.

Balde Azul

En la esquina, el balde azul.
Siempre allí.
Como un pozo de feria,
o una laguna caída del cielo,
casi olvidada.

Mi abuelo viene lento,
como si caminara en un bosque blando,
lleno de raíces invisibles.
No llega al baño.
No llega.
Entonces abre el pantalón.

Y cae el hilo dorado.
Primero un golpe fino,
después un tambor suave
que llena el cuarto de una lluvia quieta.
Adentro, el agua tiembla,
como si despertara un animal dormido.

El balde azul recibe todo.
Lo guarda.
Se lo bebe.
Y en su fondo crecen flores amarillas,
con pétalos transparentes,
hechos de vapor y vergüenza.

Yo lo miro.
Me parece un planeta pequeño,
con mares ácidos,
donde sólo mi abuelo es rey.

Cuando termina,
pone la tapa,
como quien cierra un cofre de guerra.
El balde queda tibio,
respirando.
Y aunque mañana lo vacíen,
aunque lo enjuaguen con agua fría,
algo de esa orina —un sol viejo,
una ternura áspera—
seguirá flotando,
flotando,
en su vientre azul.

Hormigas

Anoche llovió veneno.
Llovió como harina de ángel,
como la nieve que comen los muertos.
Entró en la pieza sin abrir la puerta,
y se acostó en los rincones,
en la boca de las grietas,
las líneas secretas del piso.

Vinieron las hormigas.
En fila, en procesión, en marea.
Con los ojos cerrados,
todas con un nombre que yo no sé.
Lo tocaron.
Lo lamieron.
Lo bebieron como se bebe el sol.

Entonces empezó el éxodo.
Se rompió la línea.
Una corrió hacia la cama.
Otra hacia la puerta.
Otra se trepó a mi zapato.
Y había hormigas en la sombra,
hormigas en la luz,
hormigas subiendo por un hilo invisible
que no llevaba a ninguna parte.

Algunas giraban,
como si bailaran para abrir un pozo.
Otras quedaban tiesas,
con las patas alzadas,
como queriendo detener el techo.

Yo barrí.
Las barrí como se barre un incendio,
como se barre un ejército soñado.
Y en la pala eran un solo cuerpo,
negro, vivo todavía,
respirando un olor de jardín enfermo.

Las llevé afuera.
Las dejé sobre la tierra caliente.
Y allí comenzaron a hundirse,
a entrar en la piel oscura del suelo,
hasta que sólo quedó un temblor,
y luego nada.

La foca de encaje

el mar me lamió los tobillos
como una vaca tierna de espuma
me dijo: vení,
traje un caracol con tu nombre

yo fui,
desnudo de médula,
con las costillas abiertas
y los dientes llenos de higos

me metí por su lengua
hecha de médanos,
y al fondo
crecía un bosque submarino
donde las hortensias gritaban

una estrella de mar
se subió a mi pecho
y empezó a rezar en voz muy baja

yo lloré
porque entendí
todo lo que no sé decir en tierra

más allá,
una foca vestida de encaje
me ofrecía una semilla
—“si la tragás,
verás con los dedos”—

yo la tragué
y de mis uñas
brotaron tentáculos
con olor a menta salvaje

el mar me besó
como besan las hienas dulces
y después me echó
con un zarpazo de alga

me dormí
sobre la piel de un pez muerto
que murmuraba en un idioma vegetal
y exhalaba perfume de iglesia rota


cuando desperté,
tenía un alga en el ombligo
y un pezón nuevo
en la espalda

nadie me creyó

pero el mar
a veces me guiña
cuando paso cerca

Valijas del lenguaje

cuando nos fuimos
no alcanzó con empacar la ropa
ni los libros
ni el portarretrato con la risa quieta
de la abuela

tuvimos que doblar también
las palabras
una por una
como camisas que no sabían si volver

mi madre guardó
“te quiero”
entre dos pañuelos
para que no se le arrugue el acento

mi padre escondió
“trabajo”
en un bolsillo secreto
como quien guarda
un cuchillo por si acaso

yo metí en mi mochila
las letras sueltas
que me quedaban de infancia
una Z oxidada
una L con olor a patio mojado
una Ñ que lloraba por las noches

cruzamos la frontera
como quien cambia de idioma
a mitad de frase

desde entonces
cada vez que abro la boca
siento que desarmo valijas
frases envueltas en diarios
verbos arrugados
y una tilde rota
que no sé en qué oración poner

por eso hablo así
con la voz empacada
como quien no sabe
si está llegando o volviendo

V

duermo en un colchón
que ya soñó con otros

tiene hundida la forma
de un cuerpo más ancho
y más cansado

cuando me acuesto
siento que entro
en la memoria de otro insomnio

algunas noches
se queja

otras
me abraza
como si supiera
que también estoy enfermo
de quedarme

Para conocer más sobre el autor:

Poesía, cine y actualidad.

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