
Algunos datos del poeta Santiagueño Aníbal Costilla
Antes de proceder a presentar los poemas de Aníbal Costilla, hay que decir, sobre el autor, que es un poeta y narrador nacido en El Mojón (Santiago del Estero). Desde allí, teniendo la educación entre sus pasiones, realiza un trabajo poético extenso y meticuloso.
Publicó una gran cantidad de libros, entre los que destacan: Esto parece eterno (Rangún); La urdimbre del miedo (Buenos Aires Poetry); El paraíso podría esperar (Cámelot América). Con respecto a sus producciones, hay que decir que ya se encuentra, en Salta El Pez Ediciones, su último libro “Las semillas”. poemas de anibal costilla
Entre otras distinciones, obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Poesía “Enrique Blanchs” que otorgó la Fundación Argentina para la poesía. Forma parte del grupo “Poesía Circular” y de poetas del Norte Entero, una iniciativa de Leopoldo “Teuco” Castilla.
Breves comentarios sobre la obra del autor
Ante la pregunta ¿qué es lo que lo motiva a escribir? el autor responde, en una entrevista con Cronistas latinoamericanos: No sé bien por qué escribo, pero me agrada pensar que es para convertirme en un verdadero escritor, reconocido y valorado. Ese romanticismo aún me resulta noble y sincero, puro. Pero también pienso que escribo como una manera de jugar a ser creador, olvidar los vaivenes de la realidad por un momento y ficcionar a partir de esa inmersión en uno mismo.
Muchas cosas se han dicho sobre su obra y todas excelentes. Recientemente, publicó el libro Las Semillas, por la editorial Salta El Pez. Dicho libro obtuvo el primer premio del concurso Enrique Blanchs de la Fundación Argentina para la poesía. Al respecto del libro dijeron, desde la editorial: “Las semillas es un libro de un lirismo nostálgico, leve, punzante. Una poesía de orilla y de correntada. Y de espejo del universo. Un ‘ademán de eternidad’ mientras a la vez es un saludo de despedida. Como todo gesto poético”,
Poemas en recorrido
Animales
Eres el cuervo comiendo mis ojos,
la mentira final.
Hacia el mediodía
las sombras han cubierto el paisaje.
Se escuchan los acordes
de una armonía que se fuga.
En el universo oblicuo de tu boca
brilla la memoria de un amor que se fue.
(Mojonerías, 2007)
Comprensión
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías…
OLGA OROZCO
La muerte es polvo que espera.
Me detengo a las puertas de la noche
(para no morirme de mí mismo, sin vivirme):
y olvido la infecunda condición original.
No sólo huyo de mí sino que también
busco un otro yo: que me conmueva,
me enoje y me transforme.
No sólo busco nombres, también sombras.
No sólo estoy solo sino que me abro al mundo.
Me dispongo para que me odien
y me amen, para rendirlos.
No sólo entrego el alma, doy la desesperanza:
soy el constructor y el mensajero de mi conciencia.
No sólo intuyo el nacimiento,
formo parte de la muerte.
Cansada mi vida diaria me entretengo en naderías,
recorro el derrotero siniestro de las correspondencias.
Me aprisiona la desmesura de lo nefasto,
lo inarticulado. Al igual que los cristales
mojando tu piel que añora la luna extraviada,
soy un cielo con aves imaginarias, con vuelos poderosos.
Sin fatiga recorro el laberinto azul de tu pulso y tu sangre.
Me confundo en la arena de las manos
que no trabajaron nunca, viajo de ciudad en ciudad
para ver a los mendigos, a los marginados:
todos los sufrientes me deparan la paciente visión.
Soy, sólo soy: no quiero ser otra cosa
que me obligue a olvidar,
espero continuar mi marcha hacia el mar sin fin:
la fe. Sé que al final de la espera
no podré ser más, ni menos.
Sé que en los minúsculos intersticios del amor
se esconde la pena insoslayable.
Nunca abracé porque no tuve brazos fuertes,
pero merezco una mirada
que me abrigue y me ame.
No desfallecí ante los ojos con luciérnagas.
Humedezco mis labios en esta noche de pasión y vino,
porque, perfectamente, sin dioses intermediarios,
comprendo que la muerte es polvo que espera.
(Historia del Vacío, 2009)
La llovizna se detiene
La llovizna se detiene en el aire:
no necesita caer para recibirla.
Está ahí, como un racimo blanco.
Extendemos las manos para tocarla,
con cuidado, como si pudiera quemar
como chispas que saltan del carbón encendido.
Los lapachos ya no sentirán el espasmo,
sus flores también caen en violeta lluvia
sobre el suelo y por debajo de la luz.
Pronto el rocío encenderá las lámparas
cuando el sol vencido se desplome
detrás de las lomas inalcanzables.
(Memoria del canto, 2018)
25
Aquí no se besan el cielo y el mar.
Aquí pega la vida, como en todos lados.
Aquí no perdemos la fe, como siempre.
Aquí hacemos nuestro trabajo, y nos entristecemos.
Aquí abrazamos sin miedo a la ausencia.
Aquí no brilla la nieve en las hojas estremecidas de los árboles.
Aquí los cerros son espejismos inventados.
Aquí la lluvia bendice más que las iglesias.
Aquí dejamos huellas, los pies descalzos,
sobre el carbón salitroso de la tierra.
Aquí nace el sol, como la brasa
que la tormenta no apaga.
Aquí el verano germina en los ríos
y los juegos lentos de los niños.
Aquí estamos nosotros, pájaros sin voz.
Aquí muere el deseo de ser lo que nunca seremos.
Aquí se origina la infancia
y esto parece eterno.
(Esto parece eterno 2019)
III
Hay un ojo debajo
del mundo porque el mundo
necesita de ciertos prodigios
que contemplen su paso por lo real por las cosas
que son al cobijo y protección de la lumbre
el delirio de la voz apagó el fuego
de su embrión y su esqueleto, ese ojo de acción es un túnel,
un machete verdoso herrumbrado
con la lágrima del pastizal,
un carbón arde en la parrilla que cruje y chilla,
leña verde en el incendio del monte,
una herradura colgada de las puertas
para que el ángel de la pobreza pase de largo,
una pata seca de guasuncha, atada al viento
en los troncos de las ramadas, como ramillete.
El vino que eriza la piel de los domingos
y humedece la tierra labial de los campesinos, su copla,
una puerta de tiras de plástico, cortina de colores,
sujetando el cabello de los duendes sombrerudos,
la siesta que vence al párpado de los perros
y le afila los puñales al colmillo del cerdo salvaje,
el ojo del lagarto
observa el paso de la tormenta
que aún no existe
pero refucila en la piedra que profana
sin temor a sus barrancos,
el ojo de los sachalimones cuelgan del ramaje vencido,
como brazos de madres de cien hijos,
y sueltan su lágrima amarilla como el esperma de la lluvia,
el ojo se espera a sí mismo
al cruzar el río de la sombra que lo acecha durante todo el día.
La urdimbre del miedo (2020)
Luz secreta
¿De qué modo atrapa el aire
al pájaro que no habita en el cielo?
oculta en sus ropas
una canción de estrellas;
la prisa de su viento
cubre de señales
la delgadez silvestre del camino.
Ninguna voz se derrumba en sus entrañas:
el plumaje brilla
en la sombra de los árboles,
es una llama negra:
una guitarra vibra en su voz del interior,
madera de agua que alivia
la sed de un vino sin tiempo.
El agua llovida
esconde tigres en los pozos,
es un ave: llora
porque la luz secreta de lo natural
lo rebasa, y un río de sonidos
crece en el corazón, se derrama
en las orillas,
como un pez fugaz
vuela en una brizna de fantasía,
se aleja y salta
se aleja.
Agua llovida (inédito 2021)
Cuando te llame
Oh Señor, apaga de mi corazón
esta quemadura.
Que la fuerza de mi espíritu
tuerza el cuello del toro
hasta que su boca gotee a la sombra
el abismo de la sangre.
Ah Silencioso, avanza con tu ejército,
rodea las murallas,
rompe las piedras en las manos del enemigo.
Cuando yo te llame, háblame,
dedícame tus palabras,
olvida todos mis pecados,
haber estado solo
y esperar ver en los otros los caminos
que me llevan hasta mí.
Oh Señor, no maldigas mi raza
si averiguo demasiado,
sólo sé estar en tu silencio,
hundido en preguntas,
amansado por el freno ardiente,
rota mi boca, rota mi lengua,
ampollada de tanto tironear lo impuro.
Oh Silencioso, ya no preguntaré,
rodearé de miradas la espesura de la sombra,
abriré un camino,
iré esparciendo mis pedazos,
las escamas de la luna
volarán en las crecientes del río,
abriré un camino
hasta el niño que me espera.
Oh Señor, este que ves aquí, arrodillado,
este soy:
golpeo las manos
sobre la corteza del alma.
De Luna Ciega, inédito (2023)
Sábalo en el hielo
Tengo dos alas atadas en el corazón.
Es el río el que vuela al lado de la noche.
Yo le acaricio la cola,
me anudo los dedos con sus venas,
penetro mis ojos
hasta encontrarme el cuerpo,
murmuro oraciones antiguas, inentendibles.
Señor,
acerca tu boca
hasta el frío que congela al sábalo,
deja que repose su muerte en la playa,
sopla el humo apagado en sus ojos.
Hoy comerán mis hijos,
mis animales justificarán su sed.
Señor,
redime mi mano
que arrojó la piedra
sobre mi propio corazón arrepentido.
Tengo dos alas, ayúdame a caer
hasta que golpee mi frente
en las negras estrellas del río.
Ayúdame,
Señor,
no quiero seguir corriendo.
Voces comunes para nuestro señor, inédito (2024)
ANÍBAL COSTILLA. El Mojón, Pellegrini, Santiago del Estero, Argentina. Docente, escritor y editor. Escribe poesía y narrativa. Publicó, entre otros, los libros “Esto parece eterno” (Rangún, Caleta Olivia, 2019), “La urdimbre del miedo” (Buenos Aires Poetry, 2020), “Última oportunidad + 2 Poemas” (Arroyo Ediciones, 2021), “Antología I, Poesía Circular” (Mundar, 2021) y “El paraíso podría esperar” (Camelot América, 2022). Obtuvo el 1° Premio Nacional de Poesía Inédita “Enrique Banchs” (Fund. Arg. para la Poesía, 2022). Forma parte del grupo “Poesía Circular” y de “Poetas del Norte Entero”. En narrativa publicó la novela “Combi” (La papa editorial, 2023). Está en imprenta su nuevo libro “Las semillas” (Salta el Pez Ediciones, 2025)
Para conocer más sobre el autor: un video leyendo en el ciclo chaco-correntino Guazú Poesía
Poesía, cine y actualidad.