Cuento de Sandra Flomenbaum

Un cuento de Sandra Flomenbaum

Narrativa de Sandra Flomenbaum

Breves comentarios

En esta nueva entrega de Espías Rusos, les compartimos un cuento de Sandra Flomenbaum que la misma autora concedió. Con respecto a ella, vale decir que estudió teatro y que, actualmente, se desempeña como cineasta y fotógrafa. Esos espacios donde se desarrolla laboralmente, también están relacionados con la escritura. Por ese motivo, a través de distintos talleres, encontró en la literatura un nuevo late motiv.

Entre sus maestras, se encuentran Fernanda García Lao, Cynthia Edul y Ana Montes. Además, cabe destacar que fue una de las ganadoras del Concurso de Narrativa Contemporánea que propició nuestra revista amiga Gambito de Papel. Finalmente, el cuento aquí presentado obtuvo el tercer premio del Concurso Internacional de Cuento Victoria Ocampo (2024).

Sandra Flomembaum dirigió película y cortometrajes permiados a nivel nacional e internacional.

ALGUNAS COSAS SE HACEN ASÍ – Sandra Flomenbaum

Ese día todo había sido mentira, desde que me desperté hasta la hora del encuentro. La cita era la única verdad. A mis padres les dije que salía al cine con mis dos amigas de siempre,  a ellas que me quedaría en casa leyendo. Supuse que algunas cosas no merecían ser pensadas, si no hechas. Con entrega. Como saltar desde un trampolín muy alto, o subirse a un escenario desnuda. Sentada en el borde de la cama me abroché los sandalias rojas que había comprado acompañada de mamá. Me miré al espejo para terminar de acomodarme los breteles del solerito. Las manos me temblaban cuando  me puse rouge. Pensé, como cada vez que lo hacia,  que mis labios eran demasiado finos. Me colgué  mi carterita violeta en la que apenas entraban unos billetes, las llaves y por supuesto cigarrillos. Ya fumaba  y leía libros de poesía maldita que se apilaban sobre mi mesa de luz como torres enclenques. Decidí que estaba lista. 

Caminé al sol del verano

Caminé  al sol del verano, que me entrecerraba los ojos, intentando no transpirar. Hubiera querido que el viento me refrescara el cuerpo, pero eso solo sucedía de vez en cuando, al pasar por al lado de una  boca de ventilación o de algún local con aire acondicionado. Entonces el solerito levantaba  vuelo y yo me sentía  una diva de las películas de antes. Algunos me miraban y yo me empequeñecía, creo que de vergüenza. 

A veces cuando dejaba  pasar unos días sin hablarme, me desesperaba. No paraba de pensar en  el y  en el tema con el que nos habíamos besado en su auto la primera vez. Paint me right, can you feel, the heat in me lala la…lala Ese calor, alcanzaba para tenerme la noche entera encandilada y hubiera jurado que lo adoraba. Pero ahora, ahora que caminaba sobre mis sandalias nuevas,  tan chatas que  sentía cada piedrita bajo mis pies, ahora que me sudaban un poco las manos, ahora que fumaba a pleno sol yendo a al encuentro,  no tenía claro nada. 

bajé del colectivo

Bajé del colectivo y caminé unas cuadras por un barrio demasiado tranquilo. Solo se escuchaba el canto lejano de algunos pájaros, como si siempre fuera la hora de la siesta. Por la calle un perro  cruzó jadeando, y una mujer vieja miraba por la ventana de su casa y  cerró la cortina de golpe cuando me vió  pasar.  

Cuando llegué, ahí estaba. Fumando acalorado, apoyado contra la puerta del caserón viejo. Tenia  gotitas de sudor en la frente, resbalándole entre dos arrugas que siempre me habían parecido suaves, pero que ahora, a la luz del mediodía veía como dos  surcos profundos.

es acá, dijo

Es acá, dijo. Y sonrió apenas. Sus ojos se achinaron para  volverse incisivos por un segundo. Entramos en silencio. Las persianas estaban bajas y la casa  llena de muebles antiguos. Muebles por demás, innecesarios, destartalados, parecían a punto de desmoronarse con apenas tocarlos. Como si el lugar fuera un depósito o un laberinto caótico, plagado de recovecos y estantes. Un tío dormía ahí de vez en cuando, dijo. Su silueta a contraluz iba adelante  mío por la galería. Me mostró el jardín y al fondo la pileta que estaba empantanada; cubierta de hojas y flores acuáticas flotando sobre la superficie.

agarró de la mano

Me agarró de la mano para subir las escaleras. A diferencia de la mía –sudorosa- la de el estaba fría. Mientras subíamos, se dio vuelta y me sonrió otra vez con esa media sonrisa, que me recordó a la seña del siete de espadas en el truco.  Abrió una de las habitaciones, dijo esperame, y desapareció por el pasillo haciendo rechinar los pisos de madera envejecida. Me quedé inmóvil parada en el umbral. La cama estaba hundida en el centro, y los parantes eran blancos pero se me hizo evidente que  alguna vez habían sido de bronce; el dorado opaco asomaba de vez en cuando entre la pintura resquebrajada. Las paredes descascaradas tenían encanto igual, una mezcla de verdes pasteles con celestes, y algo de óxido. Me acerque y toqué la colcha de un verde gastado  como de toalla, o felpa, o de un material ya muy finito por el uso. Me acosté boca arriba sin sacarme el solerito, y esperé con la mirada fija en el techo. ¿Acaso había que hacer algo mas?. Entre las rendijas de la persiana chueca, se filtraban los rayos del sol. Levanté el brazo extendido y abrí los dedos  la mano. Observé como los rayos atravesaban mis dedos, y hacían que los bordes de mis uñas, se vieran enrojecidos.

Volvió con su traje colgado en una percha y lo dejó caer sobre el sillón esquinero. Nunca antes había visto su cuerpo de esa manera. Su torso velludo, sus pectorales algo flácidos, que sin embargo daban la pista de que alguna vez había tenido un cuerpo  perfecto.

mudo y con la misma semi sonrisa

Mudo y con la misma semi sonrisa del siete se acercó. Caminaba lento, casi ceremonioso. Se sentó así, con toda su desnudez espeluznante en el borde de la cama. Se inclinó y me besó primero la frente, y después el cuello. Sentí su saliva tibia enfriarse sobre mi piel. Se subió arriba mío, mientras que con la mano me levantaba el solerito y llegaba por detrás de mi muslo a la entre pierna.  Cruzamos la mirada un momento, pero yo volví al techo, donde ahora se dibujaban unas sombras móviles, por el vaivén de los arboles del jardín. Entonces me dejé hacer, lo que había que hacer. 

Su olor me recordó al de mi padre cuando se perfumaba para salir, y dejaba una estela de olor dulce, mezcla de desodorante y el gel que usaba para engominarse  el pelo. Volví a ver el traje desparramado sobre el sofá del rincón. Pensé en el cine, en esa película última que había visto, donde un hombre deambula solo, caminando kilómetros y kilómetros por el desierto vestido de traje.

Se movía

Se movía sobre mi jadeando y  susurrando algo que no alcancé a entender. Parecía hacer un esfuerzo enorme. Noté los músculos de sus brazos, delineados de una forma nueva, de la que antes no me había percatado. Su espalda se arqueába arriba y abajo, peluda y fuerte como la de un simio y vi que una de las venas de su cuello, estaba tan hinchada, que pensé que iba a estallar. Estoy segura de que mantuvo su mirada fija en mi, todo lo que duró. 

cuando terminó

Cuando terminó me acomodó el solerito, volvió a sonreírme y se acostó a mi lado con los ojos entrecerrados. Pero esta vez era yo quien lo miraba. Su pecho se le inflaba y desinflaba con cada exhalación, como esos peces que una vez fuera del agua, agonizan intentando respirar sobre el muelle de hormigón. Fue ahí que las noté. Sus costillas. Su enorme costillar puntudo que podía albergar seguramente mucho aire. Un tórax ancho, como de cantante de opera, como de pájaro cantor, o de búfalo aguerrido.  Imaginé el esqueleto que había visto tantas veces en libros de anatomía. Y entonces pensé. Pensé que cuando el muriera, probablemente sería su osamenta hueca lo que permanecería bajo tierra. Su huesos filosos, a través de los cuales el oxígeno, la tierra, el barro, entrarían y saldrían a su antojo, llenando los espacios que ahora albergaban órganos, fluidos, orgullo.

Al rato volvió a mirarme: ¿Te gustó? 

Sandra Flomenbaum nació en Buenos Aires el 4 de febrero de 1975. Se formó primero en cine, teatro y fotografía desarrollándose laboral y artísticamente en esas áreas. Hace cinco años comenzó a incursionar en talleres de escritura, si bien fue una actividad que siempre la acompañó tanto en lo laboral como en lo personal. Se formó con Fernanda Garcia Lao, Cynthia Edul y Ana montes. Ha dirigido dos cortometrajes de su autoría, uno de los cuales se estrena actualmente en el Festival Internacional de Cine de MDQ 2023.

Para conocer más sobre la autora:

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Poesía, cine y actualidad.

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