Cuento de Jonathan Ehrhorn

Jonathan Ehrhorn
Jonathan Ehrhorn

Un cuento de Jonathan Ehrhorn

Entrevista rusa

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Las ideas me pueden llegar de muchas formas, ya sea por una escena, una inquietud, un recuerdo o una canción. Tengo así la chispa necesaria para empezar a escribir una historia, poner un mundo en movimiento. A menudo sé cómo terminan las historias, o hacia dónde se dirigen. Hay casos en los que el desenlace cambia, pero antes ayudó tener un final como guía. Y el cariño por un personaje me hace querer acompañarlo aún más a lo largo del recorrido.

¿Te acordás cuándo o por qué empezaste a escribir?

Cuando terminé la secundaria, empecé a leer libros y a ver películas con mucha mayor frecuencia. Esas experiencias y el placer por ver plasmado lo que tenía adentro me llevaron a escribir mis primeras historias. Escribir me permite explorar y ampliar horizontes. Es como siento que puedo transmitir mi fascinación por el mundo.

Cábala un cuento de Jonathan Ehrhorn

Maite prende la cafetera y vuelve a la cama. El líquido cae sin apuro, ella revisa el celular. 

Las once y diez. 

Ay no, dice, y salta de la cama. Ve el reloj de la pared, la pila se le agotó a las diez y once. En una hora tiene que salir en micro de la terminal, pero antes dejar el departamento. En veinticinco. Dejar todo listo. 

Las suculentas del balcón tienen agua, al menos. Aguantarán mientras no esté, piensa ella. 

Jonathan Ehrhorn

Maite se dirige a la pileta, donde la vajilla de la cena está sin lavar. Se limita a mojarla, pasarle mano y dejarla sobre un repasador. Se ahorra tender la cama, quizá también se olvide del café. 

Toma una ducha rápida y fuera del baño se pone una remera, shorts y sandalias. Agarra el celular para escuchar que Agustina está a diez cuadras y, de paso, descargar una playlist de música indie. A donde viajan las dos no hay wifi. 

Maite tantea debajo de la cama y encuentra una caja. Se sienta sobre una porción despejada del piso y saca cuarenta y nueve bloques de madera. Como cada fin de año o principio de otro desde que vive ahí. Mismas piezas, diferente resultado cada vez. 

Ese año, el tiempo no está de su lado. 

Maite empieza con dos bloques en línea separados por un espacio. A uno y otro le pone una pieza encima, no exactamente arriba sino algo desplazada. Repite el procedimiento en los dos extremos. El objetivo es un arco triangular, visto de costado como una línea erguida a poco menos de noventa grados. La prioridad ese año es el equilibrio antes que la originalidad. 

Ella apenas parpadea. El arco está a nueve piezas de terminarse. Maite suma otra en uno de los lados, y la estructura no aguanta. Se siente la peor. 

Por unos segundos se pregunta si abandonar ese año. Y así los siguientes. 

No, se dice. 

El desplazamiento debe afinarse con cada nivel. Y el arco cerrarse más. Maite no acelera ni desacelera, se toma el tiempo necesario. 

Agustina toca el timbre. 

Que aguante, piensa Maite. El timbre suena por segunda vez. En el departamento, por menos de un minuto se escucha solo la respiración agitada de la inquilina. Falta la mitad de las piezas. El timbre suena una tercera vez. Luego, silencio. 

Un sonido de cristales colgados, que se chocan por el viento, irrumpe. Maite no atiende. 

Agustina mira el número de Maite en la pantalla. Vuelve a marcarlo. 

narrativa

Maite está cerca, nadie ni nada impedirá que termine el arco. Ni siquiera su mejor amiga. La que no insiste con el timbre ni con las llamadas. 

Maite pone la última pieza en la cima. Con mucho cuidado se aleja y contempla. Lo que ve, lo que siente, es equilibrio. Le gusta. Mira la ventana corrediza que da al balcón cerrada y con la traba puesta. Ni un tornado pondrá las cosas patas arriba. 

Agustina solo espera. 

Maite toma un sorbo de café, tira el resto, y con la ropa puesta de cualquier modo en la mochila se dirige a la puerta. Al bajar las escaleras, ruega por encontrar el arco intacto a la vuelta. Por un buen viaje, y por un buen año.

Para conocer más sobre el autor:

Poesía, cine y actualidad.

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