Poemas de Carlos Aldazábal

Carlos Aldazábal
Carlos Aldazábal

Poemas de Carlos Aldazábal

El próximo viernes 5 de diciembre, a las 18 hs, en la Librería del Fondo y Centro Cultural, Carlos Aldazábal presentará una reedición de su libro Piedra al Pecho, un poemario originalmente publicado por la editorial Valparaiso (España 2013). Ese día, también se presentará el libro Nueva Mitología de Tomás Watkins (ambos publicados por El Surí Porfiado) y acompañarán las presentaciones María Malusardi y Iael Spatola.

Los poemas seleccionados para esta publicación pertenecen, justamente, al libro Piedra al pecho (Valparaíso, España, 2013, de próximo lanzamiento en Argentina)

Breves comentarios biográficos

Antes de compartirles los poemas de Carlos Aldazábal, vamos a hacer un breve recorrido por algunos aspectos fundamentales de su biografía. En primera instancia, mencionar que nació el 4 de junio de 1974 en la Provincia de Formosa. Aunque allí estuvo durante sólo siete días. Posteriormente, su familia se radicó en la Provincia de Salta, donde transcurrieron sus primeros años hasta la juventud.

Con respecto a su actividad académica, debemos mencionar que es Doctor en Ciencias Sociales, Magister en Comunicación y Cultura, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, por la Universidad de Buenos Aires.

Finalmente, nuestro autor ha publicado ya más de una decena de libros entre los que podemos destacar Camerata carioca (2016), Mauritania es un país con nieve (2019) y Paraje (2021). Obtuvo, entre otros, el Premio Olga Orozco del Fondo Nacional de las Artes (2021) y el Premio Ciudad de Irún (País Vasco, España, 2019).

Entrevista rusa

En distintas entrevistas, Aldazábal menciona que la poesía llegó a él desde la primera infancia. A los ocho ya escribía, en su cuadernitos poemas, coplas, canciones: “Cuando era creyente participaba en el coro y escribía canciones. Pero, para mí, la poesía fue inevitable“.

En entrevista con el Podcast Entrelibros, ante la pregunta ¿vende la poesía?, Aldazábal responde: Nadie que se dedique a la poesía, o a escribir, o a editar, realmente piensa en el dinero. Sí, tiene la poesía su carácter subversivo. Lo pienso en términos de resistencia a la cultura mercantil. La libertad cuando tiene que ver con el mercado no sirve para nada.

En diálogo con Rolando Revagliatti (para Escritores.org) , Aldazábal expresa, acerca de su escritura: Yo provengo de un lugar donde la gente canta. Esa musicalidad está muy presente en lo que escribo, es fundamental y fundante en mi escritura. Dicho esto, no me gustan los regionalismos explícitos, la región vuelta lugar común. Creo que la palabra “Salta” aparece solo en un par de poemas de mi primer libro. Tenía necesidad de escribirla. Pero después esa ciudad y ese paisaje se convirtieron en respiración, en gramática. Están de un modo inconsciente, en ciertas profundidades de mi imaginario

Finalmente, con respecto a consideraciones específicamente poéticas, Aldazábal expresa para el medio Tiempo Argentino: Yo no creo en la evolución en el arte. Entonces lo que me pasa es que vivo en una suerte de tiempo circular, donde estoy empezando de cero una y otra vez. Y sin embargo hay un camino, hay una escritura. Ese camino y esa escritura hablan de un intento. Y en ese intento siempre está la poesía, que para mí es algo más que un género literario: siempre se trata del asombro, de la tierra de la infancia, que en mi caso fue Salta

Los poemas de Carlos Aldazábal

Hamaca

Es que el misterio empieza con una sacudida,
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación de la escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.

Cuando digo “misterio” no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.

No: por misterio me refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,

aunque para Ulises también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.

¿Y si el misterio no empieza?

Eso es lo inexplicable.

Ni sombra, ni luz, ni animal interior, ni esperanza, ni sangre.

Sólo una calma chicha, sobradamente conocida por otros navegantes,
los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante,
pero fueron encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego,
mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.

Guacamayo

Tu máscara está pintada como un guacamayo:
eso te hace hablar más de la cuenta, y ese murmullo,
atrapado en la máscara, suele ser encantador.

A veces tu máscara alucina en la noche
como una balada irresistible entonada por hadas.
Otras veces, la presión del rojo la lleva a irradiar
un aire de vergüenza: es cuando yo acepto taparme la cara
con una bolsita de cartón, de ojos pintados y boca sonriente,
ideal para andar por una avenida transitada
sin ser percibido.

Sé que querés, pero yo no me atrevo a prestarte un espejo.
La ilusión es tan buena que aterra lo real,
como bien lo señala el verde de tu máscara.

Lo único que podría alterar tu escondite
es que tu máscara deje de ser máscara
para ser guacamayo. Y ahí te quiero ver:

vos sin máscara con una bolsita de cartón tapándote la cara,
paseando por la avenida con un guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de realidad.

Pero por ahora tu guacamayo sigue siendo máscara
y te protege, incluso cuando caminás con ojos enamorados
y todas las bolsitas de cartón de la avenida
se dan vuelta para señalarte.

Esto es cosa sabida:

no basta un arco iris para tapar las nubes
ni una bolsita de cartón para morir
con la sonrisa en la boca.

Por ahora tu guacamayo es tu máscara,
y basta esa certeza.

Eso que fuimos, que seremos

Empiezo por los ravioles:
entonces se hacían los pactos de familia,
los acertijos de mortero
que luego sazonarían las salsas.

La pimienta significaba un estornudo,
y estornudar una plataforma de lanzamiento.

Pero no hace falta llegar a la estratósfera
para saber cuándo empieza otra esperanza,
parecida al ayer pero en futuro.

Es que evoco de nuevo esa molienda,
aquel acto de fe, aquel almuerzo,
cuando los pactos cruzaban Orinocos
ríos de salsa.

Pronto volverás, abuela,
a preparar los ravioles,
moliendo el mismo trigo
en el mortero.

Ahí estaré, carne de tus huesos,
cayendo en tobogán al precipicio
donde estarán tus manos para arroparme:

harina entre tus dedos,
satisfecho y feliz de ser servido
en la mesa final donde todo es memoria.

Vendaval

La prudencia se pierde con la lluvia.

Ni siquiera un paraguas me cubría
y no existió el amor por esas horas.

Fue pura cerrazón lo que dio el cielo,
pura lánguida voz, puro estoicismo,
pura razón sin crítica ni agarre.

Hubo un alero gris, pero no quise.

También se vio un zaguán,
pero tampoco entramos.
En esa distracción quedó perdida.

Ya las gotas no daban con su forma,
ya su canción de ahogada me aturdía,
ya sus velos de musa me obligaban a oscuro,
y el puro tiritar no nos fue suficiente.

La prudencia se pierde con la lluvia.

¿De qué sirven lamentos que no salvan?

Si no regresa el sol continuará extraviada,
y extraviados los dos seremos polvo,
partículas de polvo disfrazadas de agua,
gotas de un vendaval que no termina.

Lo que alivia el rencor

Sólo que la muerte no era la muerte:
era una hinchazón abultada en el cuello
que a cada bocanada decantaba en esquirla.
No había aire sino espesura con forma de polvo,
un labio apretado por el rencor y el tiempo.

El que no aparecía en este relato
era el sublime momento de la palabra justa,
el instante preciso de la redención,
donde la esquirla rebota
y el odio se diluye en la limpidez del cielo.

No aparecía, y la vejez venía apabullando,
y la mirada se oscurecía por el polvo
y el rencor no cejaba en su estridencia.

Hasta que brotó el río.

No era palabra sino agua,
un poco enturbiada por el barro, eso sí,
pero lo suficientemente cristalina
para lavar lo rojo.

Y la muerte seguía sin ser muerte,
pero tampoco esquirla,
ni hinchazón abultada por lo triste.

Era fluir, trepar por la corriente,
llegar a la desembocadura del origen
para dormir tranquilo, apaciguado,
listo para volver, para nacer de nuevo.

Escuchando a Lou Reed

La canción de las cenizas 
desgarra el aire con sus lamentos:
prédica de lo que será, de lo que fuimos.

Afino la sintonía
y la cortina que disimula la nitidez
se desvanece para sacarnos una foto:
vos con tu manía de lo verdadero,
yo con la imaginación de una vejez perfecta.

Cuando la canción de las cenizas se calle
todo volverá a su anestesia,
ilusión de eternidad, espejismo de lo durable.

Pero la canción de las cenizas volverá a sonar
para acunarnos.

Confundidos en sus notas,
esparcidos en un mar a cuya orilla
arderá la hoguera de unos huesos
parecidos a nosotros.

Fe de erratas: en la versión para celulares de Espías Rusos, los versos pueden no responder a su extensión original

Para conocer más sobre el autor:

Poesía, cine y actualidad.

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