Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Gabriela Clara Pignataro - Narrativa
Poeta y narradora: Gabriela Clara Pignataro

Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Hoy, en Espías Rusos:Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Brevísimos comentarios sobre su vida

Gabriela Clara Pignataro nació en Flores, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en el año 1985. Es pedagoga, educadora social, actriz, fotógrafa y escritora. Es una persona que invita al conocimiento con energía y entusiasmo. Evidencia de esto es el taller que dictó en Tucumán al que dio por titular: Para un archivo íntimo.

Algo de esto atraviesa su vida. Da talleres de lectura y escritura en “Bajo la Araucaria”, espacio desde el cual con su compañera Clara Del Valle, llevan adelante una investigación sobre el mapa federal de talleres de lectura y escritura, sus didácticas y pedagogías.

En un texto que escribe para Mundos íntimos de Clarín, nos permite entrar, un poquito más en su vida: Al llegar a la habitación, mi papá está dormido. ”Hola viejo, somos finalistas”. No estoy segura de que me reconozca como antes. A veces sí, “sos la Pupi”, a veces no: cuando le pregunto por mi nombre, sonríe. Busco la repetición de los penales en la TV “Apenas la toca con la izquierda. Qué bárbaro. Messi es el mejor. Y Masche. Qué jugador”. (Este texto puede leerse completo rastreando la entrevista en la web).

Breves comentarios sobre su obra

Para comenzar este recorrido, nos parece más que fundamental, conocer algo acerca del proceso de escritura de la autora. En una entrevista, para el Blog Entre vidas, que le realizó Delfina Carmona, expresa: No sé si es un ritual, pero sí una tensión o una provocación: desconfiar de la imagen que aparece, dejarla ir, no forzarla. Si retorna e insiste, puede que la escriba. Es como una sustancia, una emulsión que va de lo invisible a lo visible y se constela en una forma a la que a veces el pensamiento y el lenguaje ordenan imperfectamente.

Además, ante la pregunta concreta ¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?, ella responde: Ninguno, en el sentido que no escribo pensando en el ambiente, no es mi afán ser leída sólo en ese corset específico. El poema y el gesto literario es hacia cualquiera.

Ritmo Mineral (inédito) – Gabriela Clara Pignataro

Cuando perdí la vista, busqué en la retina apagada por el fuego la memoria de la visión. No hablo de mis recuerdos, no. Hablo de la emanación espectral que une como un perfume de gelatina, las cosas que componen el mundo.
El volumen verdeseco del espinillo, su aura erizada cortando el viento. La incomodidad violeta de las flores de salvia ante mi tacto torpe. Mis manos, poco dóciles durante la ceguera temporal, volvieron con aspereza a observar el paisaje. Todo era nuevo y a la vez, vivía en cada cosa una baba de coincidencia con la frontera alcanzada por mis ojos antiguos.


Siempre que entrábamos al túnel que gusaneaba debajo del río grande lo hacíamos con las manos. Los ojos eran inútiles en esa oscuridad. Esta vez no fue distinto: la oscuridad de mi frente conversaba con el túnel, como dos viejos caballos que se conocían desde el primer año de la luz. Así avancé hasta la boca subterránea que se abría hacia el pozo de glaciar oculto.
Ahí crecían desde la época de la sombra del lenguaje, las piedras del agua diluviada.

Gabriela Clara Pignataro

Estas piedras se formaron por una fuerte compresión atmosférica y la inversión de temperaturas en milisegundos. Así el agua diluviada, llevada hasta allí por el escurrimiento del glaciar, quedó capturada entre el óxido y el almíbar salino.
El agua diluviada viene de un cielo que ya no existe: nada de esa lluvia queda ya sobre nuestras cabezas. Como un falso espejismo de hielo, las piedras diluviadas parecen siempre estar a punto de quebrarse: la fragilidad de una ráfaga de aire arrastrando las hojas secas por la noche.


Estas piedras son huesos del cielo “huesos del antiguo azul” le decimos. Solo nos permitimos poseer una en la vida. Solo les hablamos cuando los códigos y contraseñas para entrar y salir del tiempo se rompen y quedamos vagando en los niveles inaudibles de los trajes.
Yo aún no usé mi pregunta. No bajé a ese pozo. La guardo para un momento, que cuando llegue, va a quemar el aire que me rodea.

*** Ritmo Mineral (inédito) – Pignataro

Todas las rocas son piedras preciosas bajo el agua. Ese es el primer espejismo de la humanidad. Antes del fuego, antes de la sangre en las paredes, de las figuras zoomórficas, de los mitos. Sin palabra, sin trazo, sin sonido: algo que reluce es una otra cosa, un sentido flotante sin definición exacta. Los tesoros hundidos son la ficción de las aguas. Corales son espejos en el mar, simulan galeones hundidos. Piritas en los ríos, oro. Mica en los arroyos, plata. Una sustancia inorgánica sustituye a otra: las aguas operan así en su lenguaje, su acto conversor en metáfora.

Extraídas, las que brillan fuera del agua, pierden en su condición anfibia el espacio de imaginación metafórico: una piedra que brilla en agua y tierra, no llama a los metales en su destello. No es un tesoro: inaugura una forma nueva, un último acto de existencia.
Piedra anfibia / tesoro que resignás / ¿Qué designio tu destello?

*** Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Las piedras del aire que escasea están heridas: llevan por belleza cromática, lo que la adherencia de otros cuerpos les dejó. A veces el pétalo seco de una amapola, otras el finísimo reposo de un ala de mosca de la fruta. También, los restos de salitre que traen las gaviotas y sus garras o la sustancia lilácea de las fresias salvajes que acomodan el tallo entre las piedras.
Las piedras del aire que escasea son blancas: así lo indican las enciclopedias de geología antigua. Blancas, todas blancas. Lo cierto es que nadie las ha visto jamás así.
La piedra del aire que escasea es con su investidura: no hay piedra enamorada del aire y del agua, anfibia, sin herida.
Así las clasifica la colectora de piedras: piedras heridas por el animal, por la sombra, por la fiebre, por el mar.

*** Ritmo Mineral (inédito)

La paciencia de la colectora de piedras tiene un ritmo mineral: puede ser una vida humana, tres vidas felinas, miles de insectos y sus alas quemadas al sol.
La piedra espera en la oscuridad del centro del océano. En su granito horadado por la salinidad, las hijas abisales supieron cristalizar el veneno de las medusas que las eligen hace siglos como zona de reposo. Así, los filamentos y su ácido fluorescente fueron tallando la superficie de la roca.
Nadie creería que antes esta piedra fue un compacto anodino, sin forma. El veneno y el tiempo les dio un vestido que no es disfraz: es piel encantada de cicuta marítima. Sin latir ni desplazarse, las hijas abisales queman la mano de buceadores desprevenidos.

*** Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Desde lejos, la superficie del mallín producía un efecto de doblaje del cielo. Entre las festucas y sus angostos ribetes verdes, las nubes se deshacían como un tejido sucio.
Había épocas en que era imposible acercarse al mallín: miles de tucuras custodiaban el agua en un zumbido incesante. Canto de bichos. Rasguido de patas y alas. Miles de frecuencias eléctricas.

Autora bonaerense

Esa tarde las tucuras estaban calmas. Volaban en grupos pequeños, cortando la humedad. Esa vez la atención no estaba en los bichos del aire. No sabíamos la forma de los bichos del barro hundido de agua. Las piedras del guadal se formaban sólo en el sedimento particular del mallín y en su superficie dentada alojaban colonias de insectos microscópicos devoradores de mesófitas.

Poemas de Gabriela Clara Pignataro

Las piedras del guadal no siempre habían tenido sus dientes aguamarina refilados al contacto: fueron las generaciones de insectos y su voracidad de pequeña escala que fagocitaron la composición sulforosa de las mismas. Comieron la piedra para hacerse un hogar.
Las piedras del guadal nos eran importantes. Podíamos usarlas para conjurar el dolor de estómago, la enfermedad de las piernas blandas y los ojos turbios.
“Los bichos de mi ánimo cavan desde las profundidades sus piedras” Así hablábamos con los insectos acuáticos para aprender a comer lo duro, lo imposible. Para ablandar el pan del invierno.

*** Gabriela Clara Pignataro – Narrativa

Cuando los años del desierto nos fueron dichos, mudamos nuestro peregrinaje hacia las costas. Las imaginaciones de un futuro ocre, sin la posibilidad de variar el cielo hacia el agua, sin la posibilidad de recordar el azul de prusia, el salitre y la orilla; empujó la violencia de los días hasta el mar.
¿Cómo cambiaría nuestra lengua sin la sal? ¿Recordaríamos el sabor en ausencia? Un horizonte sin oleaje, todo arena, roca y proas hundidas. Una pesadilla en tonos marrones y grises.
Cuando llegamos a la playa era invierno y buceamos igual. Era preciso bajar hasta los tres metros de profundidad para encontrar las sirenas de salitre y cobalto.
Hallamos pocas. Aunque no cruzamos a otros en el camino, tuvimos la sensación de que muchos habíamos visto los signos del mal tiempo.

Final del texto

Aún en la escasez, seis sirenas bastaban para recomponer en escala el paisaje.
Con el cuerpo todavía temblando por las bajas temperaturas marinas, tuve otra vez la visión: una noche de lava detrás del monte, elevaría el artificio. Sobre la tierra seca, dispondría las piedras, rodeándolas de espuma de ceniza blanca. Con una voz rescatada del agua le contaría a mis niños “este era el mar, así la ola de Kanawa. Inmensa, radiante, ante los ojos de los peces”. Después dormiríamos soñando con el océano, las medusas, los caracoles.

Cuando guardamos las piedras sabíamos del silencio: llevábamos en los bolsos un teatro en miniatura de un mundo que tal vez, dejaría de existir.

Para conocer más sobre la autora:

Poesía, cine y actualidad.

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